martes, 28 de abril de 2009

LA TIERRA NEGRA

Paco Huelva
Odiel Información, 9 de abril de 2009


Un poeta, narrador y traductor: Manuel Moya. Una guerra civil: la nuestra. Un escenario: un pequeño pueblo de la sierra de Huelva. Un mito clásico: Antígona –la necesidad de enterrar a un ser querido “como dios manda”-. Una realidad tamizada por la ficción: cinco topos que “vivieron” en una cueva la represión franquista durante más de tres años. Resultado: “La tierra negra”, una novela coral que merece ser leída. Manuel Moya y sus heterónimos (Violeta C. Rangel, Umar Abass…) han aportado más de una decena de poemarios, que han cosechado importantes premios literarios y la admiración de los lectores. Como narrador hay que destacar su novela “La mano en el fuego” y el libro de relatos “La sombra del caimán”. Con esta nueva entrega, editada por Guadalturia, Manuel Moya se consagra como un prosista ágil y metódico, no exento de humor, que entra a saco en las virtudes y miserias del ser humano. No es una novela histórica, es un canto a los derechos inalienables de las personas, además de poner en escena la conmoción psicológica y el horror que toda guerra instala en una sociedad provinciana donde todos se conocen.

lunes, 27 de abril de 2009

Aquí tenéis un artículo sobre La tierra negra, de Manuel Garrido Palacios, publicado en el diario Odiel Información, el 12 de abril de 2009.

LA REALIDAD SIMBÓLICA
Manuel Garrido Palacios


Venía el hombre tristón tras hablar con la nieta de María, que le había mostrado la carta que le escribió el abuelo Joaquín poco antes de ser fusilado contra las tapias de cualquier cementerio. Escritura a mal lápiz y peor papel que había tenido que pagar comulgando en la celda. “Si me vais a matar igual, ¿para qué la comunión?”, preguntó. “Comulga y no te hagas líos de cabeza”, le respondieron. “¿Seguro que si comulgo recibirá la carta mi María?” “¡Faltara más! ¿Es que no tenemos palabra?”.
Venía el hombre por la calle de la gran ciudad setenta años después de que Joaquín hubiera escrito la carta y le hubieran estampado las entrañas contra el paredón rato más tarde. Setenta años después de que María recibiera la carta en la que Joaquín se despedía, carta en la que le habían obligado a añadir un párrafo que dejara claro que lo habían tratado bien. Setenta años después de que el que le llevó la carta obligara a Maria a beber ricino por no estar conforme con el crimen.
Venía el hombre bajo de ánimo cuando el cartero le entregó un paquete con un libro: La tierrra negra, una novela escrita por Manuel Moya, en su Fuenteheridos natal y vital, dedicada a quienes, como la nieta de María, combaten a su manera la impunidad, a quienes buscan a sus muertos, a quienes sienten la historia no como “cuatro cosas que pasaron, ¡qué le vamos a hacer!”, sino como muescas de dolor, injusticia y sangre. Se le agolpaban al hombre ¿qué historias? contadas por ¿cuánta gente? en Dios sabe dónde. Historias de ricino y pólvora, de cales salpicadas al alba, de ayes y de infamias. Y acudían a su mente las páginas escritas por María Dolores Ferrero Blanco sobre la resistencia rural en el suroeste andaluz en La historia del año de los tiros (la infamia no tiene fecha fija), o los sucesos de El Campillo durante la maldita guerra -¡malditas todas!- en la que hurga el denso, emocionante libro de Manuel Moya.
Venía pensando en estas cosas cuando la novela lo llevó por más caminos del pasado, por páginas que traían a los protagonistas a su sala, a su cocina, a su patio para ser parte de ese catálogo de atrocidades que conforman la pequeña gran historia de los pueblos; historia sin mayúscula y pintada en rojo, que no es más que la partida mortal de unos contra otros, hoy venganza, mañana fusilamiento, pasado silencio; algo que cuesta traducir a palabras y que en el caso de este libro el autor lo ha hecho soberanamente mojando en la tinta del corazón.
La tierra negra, editada por Guadalturia, escrita por alguien que tanta cultura ha movido en este ámbito, Manuel Moya –narrador, poeta, crítico, traductor–, es la trágica sucesión de hechos de unos fugitivos en el paisaje de la Guerra Civil; gente que permaneció oculta en la recóndita Sierra por toda una eternidad de siete años. Voces que sólo al morir uno de ellos alzaron el tono y levantaron la cabeza para que fuera enterrado “como se entierran a las personas”. Este es el eje sobre el que gira la historia que se cuenta. Es como un cuerpo que en su interior guarda toda la complejidad del conflicto que se vivía, de las circunstancias que rodeaban el momento. La novela deja en el lector el perfil de la anatomía del odio, y siempre la infamia, y el dolor, y la sangre, y la tenaz linde con un letrero invisible marcando que “ese muerto no era de los nuestros”. Alrededor de esto van las aspas de treinta y dos capítulos y una nota de cierre removiendo los aires irrespirables de un paisaje en un tiempo determinado.
Manuel Moya, que tanto ha dado (hasta dos poetas en uno) nos sorprende ahora con esta novela, de la que él dice que los hechos de los que se nutre “son aproximadamente reales o, mejor, casi nada de lo que cuento es rigurosamente verdad, si bien, los cinco "topos" existieron (eran naturales de Navahermosa, Galaroza y La Nava). He sentido mucho más interés por la realidad simbólica que por el rigor histórico. De haber querido hacer historia, habría emprendido una investigación. Sólo he pretendido escribir una novela que hable de la dignidad, y la dignidad muy raramente habita fuera del corazón palpitante de las mujeres y de los hombres”.
Venía el hombre tristón y de pronto topó con esta ¿realidad simbólica? plasmada en una de las novelas más duras e intensas escritas en los últimos tiempos.

martes, 14 de abril de 2009

Comenzamos un nuevo blog. Esta vez versará sobre la novela La tierra negra (Ed. Gualdalturia, Sevilla, 2009). En él se esperan comentarios, notas de lectura, críticas acervas y de las otras, curiosidades, afinidades, noticias sobre cuestiones relacionadas con la novela y sus alrededores.

de momento deciros que el día 18 de abril, sábado, nos reuniremos en Fuenteheridos un grupo de aficionados a la tortilla de patatas para visitar la cueva de Alcalá, lugar donde se ubica la novela. Quedas ya invitado/a.

Os dejo con un texto inédito de Rafael Suárez sobre la novela.



Nuestro pequeño mundo.
Sobre La Tierra Negra (ed. Guadalturia),
de Manuel Moya.

Estos días recuerdo a Ingmar Bergman, ese maravilloso contador de historias, y visitador de almas, que casi siempre ocurrían en Upsala, su ciudad natal, y que de ahí viajaban al mundo con cada lector que las leía, con cada espectador que las veía. Uno de los personajes centrales de Fanny y Alexander, su última película, es director de una pequeña compañía teatral y expone esta suerte de poética con palabras que nos muestran la belleza y los misterios del arte: "Tras las paredes de este teatro está el mundo grande y, a veces, somos capaces de reflejarlo en nuestro pequeño mundo, de manera que podemos ayudar a comprenderlo mejor." A eso aspiramos, cada uno a nuestra manera: unos a ayudar a explicar el mundo; otros a tratar de comprenderlo mejor. Y, en esta empresa colosal, algo o mucho nos ayudan libros como La tierra negra, segunda novela de Manuel Moya (Fuenteheridos, 1960), publicada en la joven y prometedora editorial sevillana Guadalturia. Las paredes del teatro son los límites de la comarca de la sierra de Huelva, en concreto su pueblo natal, en el que vive y desde el que mira el mundo como un observador privilegiado, con el privilegio del que ha vuelto de mil viajes.
La novela tiene dos líneas argumentales que van fluyendo en cascada. De una parte están los meses siguientes al golpe de 1936 y la entrada en la sierra de Huelva de la columna de Redondo, también llamada la columna de la muerte, que tiene la misión de llegar a Madrid e ir limpiando cualquier foco de resistencia que se encuentre a su paso. En Fuenteheridos entra un jefe de la Falange, (un personaje local, resentido, que había emigradoa Sevilla), con sesenta hombres que se va a ocupar de esa limpia. De otra parte, un grupo de huidos de varios pueblos de la sierra, que primero, con vocación de esperar un tiempo a que las aguas se calmen, y luego, al ver que la vuelta ya es imposible, de pasar a la zona republicana, se refugian en una cueva de la zona, en la que viven, o sobreviven o malviven, seis años. Este hecho real, como tantos otros semejantes, concluye cuando la muerte de uno de ellos les hace perder toda esperanza de llegar a una solución favorable, y deciden dejarlo en el pueblo para que sea enterrado como Dios manda. La técnica del contrapunto, que va alternando escenas de ambas historias, y las dósis bien medidas de flash-back que Manuel Moya utiliza para ir creando, entre uno y otra,la tensión dramática necesaria en la novela, desembocan en momentos dramáticos, emotivos y emocionantes. ¿Dos novelas en una? Y más de dos, pero eso sí, en una. Porque aunque todos los personajes son una trama, hay varios personajes que merecerían por sí solos una novela. Me voy a centrar en dos de ellos: Pepe el Jabicha y Sabina.
Pepe Jabicha es el jefe de las tropas falangistas que entran en Fuenteheridos. Su biografía peculiar, sus resentimientos, conforman la lista de personas que hay que eliminar. En sus actos hay una ruindad y un apocamiento, que le delata especialmente ante las mujeres. Cuando leemos la novela, el problema no es si había justicia, aunque esta fuera sectárea, o no. El problema es cómo pudieron acumular tanto poder personajes como este, como los demás cabecillas del pueblo, como el propio Queipo de Llano: "Que no se crean las mujeres que con sus patadas y gritos de histéricas se van a librar de ser violadas, de que las pongamos en su sitio". La historia se repite una y otra vez en distintas partes del mundo. Las miserias personales de unos marcan la vida o la muerte de los otros. Cualquier guerra nos trae esto: una guerra civil mucho más.
El contrapunto está en los personajes femeninos y de entre ellas escojo a Sabina. Algunos hombres, aunque no eran conscientes de haber hecho nada punible, huyeron del pueblo. Sus mujeres se quedaron y tuvieron que pasar por todas las penalidades y humillaciones. Dieron una muestra de dignidad y entereza que aún hoy podría estremecernos. Todos estos temas están documentados. Muy recientemente en Individuas de dudosa moral (Crítica) de Pura Sánchez. El marido de Sabina es el huido que, seis años después, muere y sus compañeros trasladan al pueblo para que tenga un entierro digno. Con todo esto renacen los peligros, que ya habían amainado, y retorna el conflicto entre los bandos en el pueblo. Ahora el problema es donde enterrar al marido de Sabina. Y aquí renace el mito de Antígona, en una mujer de un pueblo de apenas mil habitantes, que nos dice al principio del libro, con palabras proféticas cuando ninguno de estos conflictos se presumen: "Mira si llevo años en este mundo, y todavía no he conocido a ningún muerto que se haya quedado sin enterrar".
Manuel Moya nos ofrece su isla, su "pequeño mundo", al que asoman personajes ilustres como Pedro Vallina, el ilustre anarquista que protagonizó otra gran novela, Flor de cananas, de Vicente Tortajada, y otros menos conocidos por nosotros pero muy cercanos para él, como Josefa la del Grillo, para que así, como nos recuerda el personaje de Bergman con el que iniciamos esta reflexión, podamos comprender "el mundo grande". No siempre es fácil entender el mundo y su constante movimiento, pero La Tierra Negra, esta magnífica novela, nos ayuda.

Rafael Suárez Plácido